El Vaticano, Tierra Santa, El Camino de Santiago, Lourdes, …; todos destinos turísticos que tienen en común como motivación principal la fe y el fervor religioso; destinos que, en tiempos de crisis, parece que no han mermado en sus cifras, sino que, al contrario, en los últimos años han visto aumentar sus adeptos y, en consecuencia, las ofertas por parte de las agencias de viajes.

Se calcula que sólo en Europa más de 15 millones de personas se apuntan a viajes que, en mayor o menor medida, tienen un componente religioso, razón por la cual han proliferado agencias de viajes y operadores especializados en este sector cada vez más importante en el turismo. Tal vez sea por la necesidad que tiene la gente de trascender a la vida cotidiana, de buscar algo que llene sus vidas más allá del trabajo diario y la, muchas veces, intrascendencia de lo cotidiano; pero lo cierto es que las cifras están ahí y cada año hay más gente que coge sus maletas hacia destinos religiosos, hacia destinos místicos.

En esta categoría podemos incluir también todos aquellos viajes que, en sentido estricto, no se encuadrarían en una finalidad religiosa, pero que sí, en cambio, tienen algo de místico, de atracción por lo misterioso de otras culturas o civilizaciones, ya sean vivas, ya sean extintas. “Machu Picchu”, Cuzco, Egipto, Tailandia, “Chichén Itzá”, el Tíbet, India, …; son también opciones turísticas que responden, en esencia, al impulso de quienes eligen destinos turísticos envueltos en magia y misticismo, destinos turísticos con los que se busca trascender lo físico hacia lo espiritual, en una especie de huida de la pesada carga que supone lo cotidiano, del hastío del día a día y su agobiante trasiego.

Aunque, en realidad, todo viaje supone una especie de búsqueda de nosotros mismos, una escapada del mundanal ruido que nos permita, durante unos días, eschuchar a nuestro Yo interior en aquellos lugares que siempre hemos soñado visitar y que nos trasladan a esos mundos que nuestra imaginación ha ido construyendo durante toda una vida, mundos de evasión que, quizás, nos permiten vivir por un instante una vida ideal e idealizada lejos de la real y material que nos ha tocado en suerte y que, sin duda, siempre nos resultará más insoportable que la que nuestra imaginación ha ido construyendo; lo cierto es que este tipo de viajes que ahora nos ocupan subliman esas sensaciones que buscamos en todo viaje, ofreciendo al viajero la posibilidad de evadirse a mundos místicos, a mundos pasados que, sublimados en nuestra imaginación, nos transportan hacia sensaciones difícilmente explicables y que cobran vida en lo espiritual, en aquellos rincones más profundos de nuestros sentimientos, sentimientos que fluyen a borbotones cuando recorremos esos lugares mágicos, místicos que nos atrapan para siempre en un torbellino de espiritualidad que a más de uno ha llevado a replantearse el sentido de su vida.

Ya sea la fe, el misticismo o la necesidad de trascender de lo físico a lo espiritual, lo cierto es que este tipo de viajes se caracterizan por atraer a un perfil muy concreto de viajeros, viajeros que buscan mucho más que pasar unos días de vacaciones y desconectar de la rutina diaria. Estos viajeros buscan un conjunto de sensaciones que ni los “resorts” ni los grandes complejos turísticos pueden ofrecer; buscan experiencias que no se encuentran ni en los grandes complejos hoteleros, ni en las playas azul turquesa del Caribe, sino entre las piedras milenarias que atesoran las bases de civilizaciones como la nuestra, ya sea en Jerusalén, ya sea en El Vaticano, ya sea en la “isla de los templos” (Bali), ya sea en todas y cada una de las encrucijadas del Camino de Santiago. Templos, lugares sagrados, rutas místicas, peregrinaciones a mil y un lugares llenos de Historia, de misterio, de magia y encanto que nos trasladan a tiempos pretéritos que, por uno u otro motivo, nos atraen hacia ellos y lo que simbolizan.

Desde la más sencilla procesión de Semana Santa en Granada, pasando por el mestizaje de la Semana Santa en Ayacucho, y llegando al misticismo del Himalaya, son propuestas que atrapan a los viajeros enamorados de este tipo de viajes, para los que existen infinidad de ofertas de viajes que tienen por objeto satisfacer las exigencias de unos viajeros diferentes, quizás más propios de aquellos grandes viajes decimonónicos en los que el viaje se disfrutaba antes de partir, en el mismo momento en que comenzaba a planearse, dejando volar la imaginación pródiga en experiencias espirituales, viajes en los que lo de menos era llegar, siendo lo más importante atesorar cada minuto, cada segundo de la experiencia de viajar.

Evidentemente, todo viaje tiene sus motivaciones más íntimas, despertando en el viajero sensaciones indescriptibles y únicas, pero quizás sean los viajes místicos y religiosos los que tienen unas motivaciones más profundas, despertando en el viajero sensaciones que más difícilmente se puedan explicar, ya sea desde la fe o desde cualquier otra motivación alejada del fervor religioso, motivaciones que, en todo caso, tienen como denominador común la creencia en algo superior que carece de explicación pero que, seguro, se encuentra flotando en el ambiente místico y mágico que envuelve a lugares como los descritos.