El Ángel le preguntó al Profeta: “¿Qué ves?”. Y el Profeta respondió: “Veo una Menorá hecha completamente de oro… Con sus siete lámparas”.

Tras la muerte de Alejandro Magno, su Imperio fue dividido entre los jefes de sus ejércitos: Antigonos, Talmai y Seleucus. En concreto, Israel quedó en manos de Talmai, quien pretendió imponer la cultura helénica a los pueblos que quedaban bajo su mando, incluido el Pueblo de Israel, llegando a prohibir a los judíos la práctica de sus costumbres y tradiciones, incluida su religión.

Ante ello, el Pueblo de Israel reaccionó rebelándose contra las tropas griegas, las cuales les superaban en número, pero se produjo el milagro y los judíos se impusieron a los griegos, el milagro de “ganar pocos contra muchos”. Sin embargo, cuando los israelitas victoriosos regresaron a Jerusalén, al dirigirse al “Har Habait” (el “Santuario del Rey de los Reyes” o “Templo de Jerusalén”), descubrieron con asombro y pena que estaba totalmente destruido, lo que provocó llantos y lamentos entre los israelitas ante el desasosiego que les provocó descubrir tal desgracia.

Sin embargo, otro milagro más había de obrarse. Efectivamente, Yehudá se encaró a los Sacerdotes y les dijo: “No es el momento de llorar. Es tiempo para actuar por Hashem. Tomen las piedras impuras y construyan en su lugar un altar con piedras nuevas. Mas debemos finalizar antes del veinticinco de Kislev. Debemos hacer un nuevo candelabro de hierro y adhiéranle placas de madera. Y estará en lugar del de oro que quitaron los griegos. Tiremos y destruyamos todos los ídolos griegos que estan aquí. Vamos a purificar la casa de Dios de toda esta suciedad causada por Antiojus (líder del ejército griego).” Pero, a la hora de encender el candelabro o “Menorá”, tras reconstruir el Templo, el día veinticinco de Kislev, se encontraron con que sólo disponían de aceite sagrado para un día y que preparar más aceite les llevaría ocho días, por lo que al día siguiente se apagaría la Menorá y no podría lucir con su fuego sagrado el Templo reconstruido. Sin embargo, como indicamos, un nuevo milagro se obró, ya que Yehudá llenó los brazos de la Menorá con el aceite sagrado de que disponían y este duró exactamente ocho días, a pesar de ser insuficiente.

“Den gracias a Hashem, porque Él es bueno, porque su bondad es maravillosa”, repetían todos ante el milagro, decretándose así por los Sabios que, para el año siguiente, el día veinticinco del mes de Kislev fuera día de alabanza y agradecimiento. A partir de ahí se instituyó en el Judaísmo el “Jánuca”, “Janucá” o “Fiesta de las Luminarias”.

Y es precisamente este domingo cuando, un año más, la Comunidad Judía celebra el Jánuca, prolongándose durante ocho días esta celebración indispensable en el calendario judío, quizás la más importante.

Durante la llamada “Fiesta de las Luminarias” los judíos conmemoran el milagro antes mencionado, en el que la Menorá permaneció encendida durante ocho días con sólo aceite para un día. Y es durante esta celebración cuando los judíos, cada noche de Jánuca, encienden un brazo de la Menorá, hasta completar los ocho brazos del candelabro, momento en el que finaliza esta festividad. Ha de hacerse notar que la Menorá cuenta con ocho brazos más uno mayor (en total nueve brazos), siendo el mayor el que se enciende la primera noche de Jánuca, mientras que los ocho restantes el resto de noches.

El Jánuca se celebra, por tanto, durante ocho días, del 25 de kislev al 2 de Tevet (o el 3 de Tevet, cuando Kislev cuenta con sólo 29 días), según el calendario judío, fechas que varían según los años pero que, éste, coinciden con nuestra Navidad, lo que nos recuerda la coincidencia aproximada de las grandes festividades de las tres grandes religiones monoteístas en el tiempo (Jánuca, Eid al Adha y Navidad) y nos evoca una misma intención a la hora de celebrar, aunque con orígenes y significados distintos.

Efectivamente, la intención de las tres grandes religiones es la misma: consagrar un período de tiempo, coincidente con el final del año, a Dios y a celebrar un momento clave en el que, en cada una de estas religiones, se produce un punto de inflexión que marca un antes y un después en la concepción de la Fe. Sin embargo, el origen y el significado, obviamente, de cada una de estas grandes celebraciones es diferente, pero su situación en el calendario ya nos viene a indicar que responden al mismo deseo de cerrar el año dando gracias a Dios, celebrando su Fe y manifestando sus mejores deseos para el año próximo, siendo el aderezo indispensable la celebración en Familia.

Orígenes distintos y significados diferentes no impiden, sin embargo, que el contenido de las celebraciones sean muy similares. En Jánuca la Familia es el centro de las celebraciones, los regalos a los más pequeños, la necesidad de mostrar a todos los símbolos festivos, el papel primordial de la luz, … Algo común a las tres grandes religiones monoteístas y que las aproximan a pesar de sus diferencias.

Pero es en Jánuca donde la luz ocupa el papel más significativo, ya que el ritual del encendido de las velas de la Menorá constituye el centro de las celebraciones, luz que simboliza el fin de la oscuridad y con la que se recuerda que “un gran milagro ocurrió allí” (“nes gadol haia sham”): el milagro de Jánuca (חנוכה).