Algunos aspectos interesantes de la meditación

La palabra “meditación” incluye una gran variedad de ejercicios mentales practicados por personas que se sienten animadas por algún tipo de ideal espiritual y se han propuesto realizar dicho ideal en su vida, por lo menos hasta cierto punto. Dado que la actividad y la disciplina de la mente que comprende la meditación abarcan un muy extenso campo, no es fácil tratar aquí el tema en forma sistemática ni en toda su amplitud. Se considera que todos cuantos lean este artículo estén familiarizados con los aspectos generales de la meditación; y por lo tanto, aquí nos limitaremos a tocar unos pocos aspectos interesantes de la misma que no son de comprensión general, pero que, a la vez, encierran interés vital para quienes aborden con plena seriedad los problemas de la vida interna y no quieran practicar la meditación como mera rutina.

Tampoco es fácil definir el propósito de la meditación, ya que depende de la base mental del individuo, de su temperamento y de su evolución espiritual. Pero puede indicárselo, en los términos más generales, diciendo que dicho propósito consiste en llevar la personalidad inferior a contacto consciente con el Yo Superior, haciendo, de este modo, que dicha personalidad perciba cada vez mejor su origen, destino y naturaleza, que son todos divinos. Todos aquellos que meditan regularmente –porque consideran dicha ciencia como parte de una disciplina espiritual sistemática– necesariamente han de creer que tras el mundo físico se oculta otro, real, espiritual, de inimaginable esplendor; y que es posible para el ser humano ponerse en contacto, por medio de la meditación, con ese mundo interno, en medida cada vez mayor. Porque, de no ser así, no habría motivo para entregarse a esta clase de actividad mental.

El mundo de la Realidad se halla oculto dentro de la mente de todo ser humano, y puede conocerse más y más, al penetrar progresivamente en niveles más profundos de la mente. Por eso es necesario, en toda verdadera disciplina espiritual, no sólo ejercitar el principio pensante de diversos modos, sino también entrar en sus profundidades por medio de la meditación.
El conocimiento ordinario puede adquirirse mediante la actividad mental que se limite a lo que puede llamarse la superficie de las cosas, a la observación de los fenómenos físicos, al acopio de datos sensoriales, y al trabajo sobre dichos datos mediante procesos intelectuales de comparación, razonamiento, etc. Pero el conocimiento acerca de los mundos invisibles y más sutiles, de naturaleza mental, que se encuentran ocultos tras del mundo físico, no puede adquirirse de ese modo. Es necesario introducirse en las capas más hondas de la mente y de la conciencia, por medio de técnicas bien definidas que forman parte de la disciplina del yoga.

La diferencia que existe entre estos dos tipos de actividad mental puede comprenderse comparándola con las técnicas de la natación. El individuo que haya aprendido a nadar por la superficie del agua puede explorar todo cuanto se encuentre en ella; la totalidad del mundo que se halla en contacto con la extensión de los océanos está abierto a su observación e investigación. Pero muchos otros mundos, en variedad infinita, se ocultan bajo la superficie, en diferentes lugares y a diversas profundidades, y sólo podrá ponerse en contacto con esos mundos e investigarlos cuando aprenda a sumergirse, a pasar del exterior a las honduras del agua; el proceso de nadar por debajo es algo distinto de la natación corriente, presenta problemas diferentes y necesita técnicas diversas. La diferencia entre la actividad mental corriente y la meditación es de índole análoga a la que existe entre las dos clases de natación.

El proceso ordinario del pensar, aunque sea profundo y se proponga un fin determinado, implica solamente movimientos mentales a nivel de superficie. En el razonamiento riguroso, que representa quizás la forma superior y más difícil de este tipo de actividad, la mente actúa de modo disciplinado, pero su movimiento sigue siendo por encima, si podemos expresarnos así; no es un movimiento que lleve a un nivel cada vez más hondo de la mente; ésta puede entregarse a una actividad concentrada y prolongada, pero mientras actúe de ese modo solamente estará en relación, y por lo tanto podrá conocer, únicamente, lo que se relaciona con la vida externa. Todos los logros en el reino de la razón, hasta los de más notable índole, son asequibles a esta clase de actividad mental, pero los mundos más sutiles y reales que se ocultan en capas más profundas, no pueden explorarse ni conocerse por tales medios. Porque ello requiere una diferente clase de actividad, que puede definirse como movimiento de la mente en profundidad. En este tipo de funcionamiento, también actúa la mente, por supuesto, pero el individuo trata, al mismo tiempo, de ingresar progresivamente en su naturaleza íntima. Lo que significa este movimiento de la mente en profundidad se entenderá plenamente al estudiar los Yoga-Sutras de Patanjali.

Casi todos los que hemos aprendido a usar con eficiencia nuestra mente, no nos damos cuenta que ejercitarla en un tipo determinado de actividad llega, después de cierto tiempo a no necesitar casi esfuerzo alguno; en realidad, no llegamos a ser realmente eficientes hasta que esa actividad se realiza sin ningún esfuerzo. El orador ya bien dotado de experiencia, una vez que ha dominado la técnica de escoger y ordenar sus ideas, puede levantarse y hablar durante el tiempo que quiera, con toda fluidez, sin ninguna interrupción. El periodista ya ducho en sus tareas toma la pluma y llena página tras página de comentarios, casi sin esfuerzo alguno; le basta con elegir sus ideas de entre el diluvio de material escrito que fluye de las prensas, y expresarlas en forma vívida, llamativa. Porque una vez que se ha dominado la técnica de poner en orden las ideas y de expresarlas con efectividad, el resto es cosa fácil.

Esto, como bien salta a la vista, no se diferencia mucho del aprendizaje de la natación. Una vez que la persona ha adquirido la destreza necesaria para mantenerse a flote, nadar se reduce a una simple cuestión de resistencia física y de ejecutar ciertos movimientos corporales; ya no se necesita especial esfuerzo, en el verdadero sentido de la palabra, para seguir nadando.

Casi todas nuestras actividades mentales pertenecen a este tipo. Nuestra mente avanza por los surcos habituales, o se ejercita, casi sin esfuerzo, en hacer las cosas cuya técnica tiene ya dominada en mayor o menor grado; no tiene que mantenerse concentrada ni impulsada en una determinada dirección por un movimiento de la voluntad o por la dominadora atracción de un objeto a lograr, o de un problema a resolver. Por tanto, no se la emplea habitualmente para un esfuerzo sostenido, encaminado hacia un objetivo bien definido, y motivado por la presión continua de la voluntad o de la atracción que es, precisamente, todo lo que se requiere para el éxito de la meditación.

Así pues, el mero hecho de sentarse en determinada postura y de hacer que el pensamiento produzca una serie bien hilvanada de ideas sobre un determinado tema, no es verdadera meditación, aun cuando esto es lo que casi todo el mundo realiza. Es evidente que este tipo de ejercicio mental es, en realidad, lo mismo que escribir un articulo sin pluma ni papel o como dar una conferencia sin hablar. Tampoco puede considerarse como meditación, en el verdadero sentido de la palabra, la práctica corriente de permitir que la mente se mueva a lo largo de acostumbrados y ya muy recorridos surcos creados por la repetición de textos religiosos, aunque esto es lo que hacen casi todas las personas religiosas cuando “meditan” durante su diaria observancia.

Es tendencia general la de convertir todo tipo de actividad necesaria en una rutina, a fin de que la mente no se vea obligada a un gran trabajo ni tampoco tenga que elegir entre diferentes modos de acción o entre diferentes ideas. Esto es lo que motiva, también, la gran popularidad de los rituales en el cumplimiento de los deberes religiosos; el propósito consiste en tener, por lo menos las formas de la vida religiosa, aunque carezcan de sustancia. Pero, cualquiera puede darse cuenta que, en tales condiciones, el estancamiento resulta inevitable. Acaso, no haya, en el sendero de desarrollo espiritual, obstáculo mayor que el falso sentido, de logro y seguridad que engendra la rutina.

¿Por qué no es posible producir el estado mental necesario, cuando nos sentamos a meditar?

Primeramente porque nuestro interés por las cosas sobre las cuales queremos meditar carece de la necesaria intensidad y profundidad. Probablemente, nos imaginamos que queremos hallar la realidad que creemos escondida dentro de las capas profundas de nuestra mente y conciencia, pero se trata de un mero pensamiento vago, motivado por un deseo igualmente vago; no hay propósito claramente definido y dinámico; no hay intensidad de deseo, en el trasfondo, de resolver los problemas de nuestra vida interna y de descifrar los misterios de nuestra existencia.

Para hacernos una idea cualitativa de este tipo especial de estado mental necesario, hemos de recordar la tremenda intensidad de propósito y de concentración que caracterizaba, por ejemplo, a un hombre de ciencia como Edison cuando trabajaba en alguno de sus inventos; su pensamiento se hallaba tan profundamente absorto en la consecución de su propósito, que hasta se olvidaba de comer y de dormir. Esa es la clase de estado mental necesario para la verdadera meditación, y cuando existe, los resultados se producen rápidamente, como queda señalado en los Yogas-Sutras I, 21.

Y no existe semejante estado, porque no hemos cumplido con ciertas condiciones básicas para hollar el sendero de desenvolvimiento espiritual por medio de la meditación. No nos damos cuenta realmente de las tremendas ilusiones y limitaciones en medio de las cuales vivimos nuestra vida actual; y, por consiguiente, no existe en nosotros el impulso necesario para sali de tal condición. Las atracciones de las cosas de aquí abajo son demasiado poderosas, y generan una fuerza irresistible para distraer la menta. A su vez, ésta no ha sido adecuadamente adiestrada para realizar tareas de calidad que nos hayamos propuesto. El ideal no nos atrae con suficiente fuerza. En suma: no poseemos los requisitos esenciales.

Precisamente con objeto de que se produzcan las condiciones adecuadas para el éxito en la práctica es por lo que todos los verdaderos sistemas de cultura espiritual insisten en la disciplina preliminar de la mente y el carácter. En el bien conocido Sadhana-Chatushthaya, el sistema cuádruple de perfeccionamiento de sí mismo, es necesario adquirir, ante todo, los cuatro requisitos básicos para hollar el Sendero. Estos se llaman en sánscrito Viveka, Vairagya, Shattsampatti y Mumukshuttva. Sólo cuando se llega a un estado bastante avanzado de progreso es cuando se emprende la práctica intensiva, a fin de abrir los canales entre lo inferior y lo superior y establecer el centro de conciencia en los planos superiores de manifestación.